jueves, 28 de agosto de 2014

EPILOGO

Mientras esperaba en el pasillo acariciaba su abultado vientre. Las mujeres iban y venían con sus parejas, todas sonrientes. A pesar de estar sola, ella también sonreía. −Carolina Durante, se escucha por el altoparlante de la clínica de maternidad. Hacía un tiempo que usaba el apellido de él también. La muchacha se levanta con dificultad y es acompañada por una enfermera hasta el consultorio del obstetra. Había tomado la costumbre de hablarle a su panza. Hasta ese momento no sabía el sexo, digamos que en las ecografías por la posición no era posible ver, así que seguía intentando.
Un rato después salió de la clínica, contenta a paso firme. Caminó hasta la plaza más cercana. Por el camino compró un alfajor y ya sentada en un banco de la plaza comenzó a degustar el dulce con una mano, en la otra una cámara de fotos, con la cual hacía equilibrio para tomar unas imágenes del lugar. Cuando se cansó de la fotografía empezó a hablarle a su panza mientras la acariciaba con las manos. No podía dejar de sonreír.
−Así que sos un varoncito ¿eh?, te vas a llamar Gabriel, como tu papá −le dice la futura mamá.
El sol de la tarde brillaba cálido, la luz le abrazaba, le daba cobijo.
Ella pensaba y planeaba todo lo que haría para ese hijo que crecía dentro suyo. El mejor colegio, las mejores cosas para que creciera bien, sin faltas ni necesidades. De eso se había ocupado el padre. Meses después de la confesión y la posterior partida de él. Una firma de abogados se había contactado con ella para informarle de la muerte de su cliente y que le había dejado a su nombre una casa y todo su dinero, que era considerable. También se convirtió en dueña de un libro de memorias, aún sin publicar con órdenes expresas de su edición luego de la muerte de su autor. Este libro se llamaba “Diario de un estudiante de criminología”.
Unas pataditas en su panza la sacaron del sopor de sueños y recuerdos. Calmó los ímpetus con un pedacito de alfajor, en realidad ella necesitaba el chocolate y por ende el bebé se calmaría con su sosiego.
Sacó unas fotos más y guardó todo en su bolso.
−Vamos Gaby −le dice a su vientre mientras le da unas palmaditas con amor. Tu abuela Marina nos está esperando en casa y Dago debe estar desesperado por unos mimos.
Comenzaba el ocaso, el sol se escondía tímidamente. Con la promesa de volver al otro día para abrazarlos de nuevo con su calor.
Como los amantes con su amor eterno.



martes, 26 de agosto de 2014

CAPITULO 23 (FINAL)

Pasaron varios días que fueron una tortura para él. La mujer iba y venía con sus cuidados. Y le dejaba hacer a gusto. La idea era que ella se sintiera a gusto cuidándolo y cuando se descuidara, actuaría.
Los días se tornaron en semanas y las semanas en meses. No tenía posibilidad de salir, estaba enclaustrado, casi parecía la película Misery. En donde el tipo postrado vivía a merced de la desquiciada.
El tiempo lo “mataban” hablando, ella le llenaba la cabeza con las ideas locas que tenía de vivir juntos en Rosario y que ella le curaría su enfermedad para vivir así, felices y juntitos.
El le daba la razón.
De a poco, progresivamente fue metiendo en la conversación, detalles. De los cuales ella tomaba como verdaderos. Aceptación de la situación. Ella era lo único que él necesitaba en la vida.
Y dejó que lo creyera.
Necesitaba alejarla de lo más valioso que jamás había tenido en la vida, Carolina.
El se jugaba la vida, la entregaba por ella. Algo que la muchacha jamás entendería. Aunque leyera estas líneas, no entendería nunca el porque de su partida.
No porque ella fuera tonta o algo parecido, era demasiado inteligente como para comprender los actos simples y homicidas de él. Pero mejor así.
Ella podría y continuaría su vida como si ese hombre no hubiera existido en su vida. Y él, daría la suya para que ella pueda creer esto.
Carolina había sido mucho más que una bocanada de aire fresco en su asquerosa vida, era el oasis que no había esperado. Era el amor puro que entre la sangre derramada no habría encontrado jamás.
Como si fuera la película misma, también buscaba un motivo para escapar, pero no solo eso haría. Su escape también sería la derrota de la loca.
Mientras su enfermedad lo postraba cada día más, pensaba y tanteaba el terreno para el combate final.
Una noche le propuso que sería bueno festejar con una cena romántica, el encuentro que había resultado luego de la persecución entre ambos. Ella por supuesto que le miró entrecerrando los ojos en total desconfianza. Pero la mirada de él era tan dulce que enseguida se rió como una nena esperando un regalo. Más tarde de noche le acomodó en la silla de ruedas y fue sirviendo la comida. Las dos copas de cristal vacía adornaban como único centro de mesa. Una botella de vino tinto sin abrir invitaba a saborearlo. Con una mirada le pide permiso para abrirla mientras ella servía la comida. Luego de la aprobación que recibió con un beso, llevó la botella a sus piernas para no hacer mucha fuerza para quitar el corcho.
Minutos después comían y ella daba charla sin parar. A todo esto el asesino solo la miraba con una sonrisa. Bebieron todo el vino, él llenaba los vasos continuamente mientras comían.
El dolor de estómago comenzó instantes después del último trago. La copa se deslizó de sus manos y se estrelló tintineante contra el piso. La mujer le miró incrédula antes de caer sobre la mesa desparramando platos y cubiertos. Una mano quiso llegar hasta la botella vacía. Pero la muerte llego antes.
Aunque mareado y respirando las últimas bocanadas de aire, se arrastro hasta la mujer y puso en su mano la bolsita con veneno que tenía escondido entre sus ropas que le había comprado a aquel hombre meses atrás.
Tenía que asegurarse que ella moriría llevándose toda su locura.
Le costaba respirar, la obscuridad ganó su mente. Y la vida escapó de su cuerpo.
Semanas después la policía alertada por los vecinos por los olores nauseabundos que salían de la casa, irrumpieron y encontraron la tétrica escena.
La última cena de dos amantes suicidas.
Así dijo el comisario a los medios.

Caso cerrado.