domingo, 29 de junio de 2014

CAPITULO 22 EL PLAN



El calor de Buenos Aires ya le estaba cansando, pero eso se terminaría pronto.
Cuando la dejó a Carolina durmiendo supo que esa era la despedida, no la que él hubiera querido, pero es lo que fue. En realidad ella entró en su mundo de muerte y sangre, del cual no quería que salga manchada. Sabía que la maldita perra la venía siguiendo a la chica también. La vio seguirla, pero no podía hacer algo en medio de la calle con tanta gente, el deseo de sacar la pistola y colocarle una buena bala en la nuca a la desquiciada era muy fuerte, pero no así. Tenía todo preparado, solo faltaba que mordiera el anzuelo. Y sabía, lo sentía en la carne, que el mejor asesino se iba a encontrar con su Némesis.
La historia de su vida es larga y con muchos vacíos en medio, encontrar a Carolina le había dado oxígeno a la crueldad en que vivía. Pero tenía los días contados, era mejor que se fuera y se llevara consigo a la mujer que en su obsesión había sido capaz de matar a su propio hermano.
Pero tampoco podía ponerla en peligro, en el cementerio y en la calle le había salvado quizá de una muerte segura, algo que ella lo presintió o ya se había dado cuenta.
La cara que iba cambiando de colores, mientras él le iba contando su vida, resumida claro, más la situación que estaba viviendo siendo acosado por una mujer fría y despiadada fue demasiado para la pobre chica. Que estaba esos días más ensimismada sacando fotos que viendo la vida a su alrededor, en realidad vivía a través de un lente.
No estaba ml eso, pero él vivía de otra forma, pendiente de mirar sobre el hombro, de esquivar las sombras que siempre querían descubrirlo, la competencia que intentaba sacarlo del juego. Era mucho para los dos. Era mejor terminarlo de una vez.
Ya hacía varias cuadras que había dejado atrás el hotel y sabía muy bien que le seguían, ya ni se molestaba en mirar el reflejo de las vidrieras, casi podía sentir su perfume.
Se detuvo en una esquina para prender un pucho mientras esperaba que cambie el semáforo. Con una mano en el bastón y la otra con el paquete de cigarrillos y el encendedor, siempre era una prueba de malabares encender un cigarrillo, sin contar que la masa de gente apurada le empujaba para pasar. Una mano gentil le ofrece fuego.
Acerca el cigarrillo a la llama, aspira el humo mientras la mujer sopla el fósforo con una sonrisa terriblemente sensual, con esos labios carnosos que invitan a probarlos. Pero son labios que traen la muerte.
—¿Qué pasa, ya no miras si te sigo? Le dice riendo sarcásticamente.
—Lo que pasa es que a tres cuadras puedo sentir el olor a mierda. Responde mirándola a los ojos.
—Uyyyy ¿estás enojado porque no me gusta tu putita? Jaja, ¿o será porque maté a tu amiguito, no?
La mujer tenía una mirada que nadie podría explicar, era una mezcla de Katherine Hepburn y la mirada de Heidi Klun.
—A mi no me importa que carajo te pasa en la cabeza, pero te lo digo así, estás muerta. He matado mucho, tanto que perdí la cuenta, pero vos serás la perra que más placer me dará sacarla de este mundo.
—Jajaja, sos todo un poeta, podrías escribir un libro de poesías, ya veo el título con letras grandes…”Rengo asesino a sueldo te hace rimas hasta morir” jaja, sos muy cómico.
—Mirá loca de mierda, no me importa la gente que hay acá, vos te vas al otro lado ahora. —mientras dice esto mete la mano en la cintura para tomar la pistola. Pero se ve interrumpido.
La mujer le señala un policía que parado unos metros al costado de ellos los miraba atentamente. No podía escuchar la conversación, pero era evidente que había una tensión creciente en ellos. El policía se acerca.
—Buenos tardes, ¿en qué puedo ayudarles? Dice cuadrándose y saludando con la venia.
El asesino estaba estupefacto, sacó tranquilamente la mano de la cintura y trago saliva, no quería matar un cana, solo liquidaba por encargo, gente que no merecía vivir. Pero si tenía que hacerlo arruinaría su plan. Entonces, simplemente esperó.
—Disculpe agente —dice la mujer sonriendo como tonta. Es que hace dos horas que buscamos el café El Tortoni y a mi marido ya le da vergüenza sacar el mapa gigante que trajo jaja, somos del interior y venimos de luna de miel —dice abrazándolo y dándole un sonoro beso en la boca. A lo que el hombre le responde con un abrazo de oso que le hizo crujir las costillas.
—Faltaba más señora, doblen en esta esquina y tienen que hacer unas ocho cuadras, ahí verán el cartel del bar, felicitaciones y que la pasen lindo en Buenos Aires, buenas tardes —les dice al mismo tiempo que les guiña un ojo en forma pícara.
Dicho esto el hombre volvió a su recorrido. Lo vieron caminar unos metros y la mujer siguió con la conversación.
—Este pelotudo debe pensar que la pasamos cogiendo en el hotel jajaja —se ríe tanto que se atraganta.
—Hija de puta tendría que meterte un tiro en la cabeza y pisotear tus sesos, pero no quiero manchar el empedrado con tu mugre.
—Mmm, con lo puntilloso que sos no te atreverías, no dejas nada al azar. Y yo tampoco salame. —le dice sonriendo sinceramente.
Está mujer está más loca que yo piensa él. Pero tengo que seguir el plan, no tendré tiempo si no.
Un ataque de dolor y tos lo dobló en dos, parecía que el pecho le estallaba.
La loca le da golpes en la espalda hasta que el tipo escupe una bola negra de sangre al piso.
—Veni, que yo te voy a remendar, esa putita no es capaz de cuidar un hombre como vos. —le dice esto mientras lo levanta del suelo con una fuerza que el nunca hubiera imaginado que tenía. Le pasa un brazo por la espalda y se van caminando por las calles de Buenos Aires.
El taxi los deja en un caserón por la zona de San Telmo, una casa vieja pero grande, con puertas altas al estilo colonial. La mujer saca un manojo de llaves que parecía se las había robado a San Pedro. Después de abrir la puerta lo mete casi a empujones, apenas podía caminar, no dejaba de toser y cada dos o tres tosidas, escupía sangre.
Lo deja en un sillón y se va al baño, una bañera al estilo español, esas que tienen patas de bronce adornaba el medio del cuarto. Abre las llaves y espera que se llene de agua caliente. Vuelve en busca del moribundo.
El tipo era una piltrafa, no paraba de toser. Casi arrastrándolo le mete al baño, le saca la ropa, la pistola y el cuchillo que tenía escondido. El hombre la mira a los ojos y ve en ella a una mujer sola, herida en el corazón y loca, muy loca.
Su plan marcha perfecto, le deja hacer lo que ella quiera, lo metió en la bañera y comenzó a lavarlo. Mientras le decía palabras dulces, cuanto lo amaba y que ella era lo único que el necesitaba para estar bien. Por supuesto que ya sabría que el cáncer lo estaba carcomiendo, ella tenía el poder de averiguar todo, era como él.
Ella le hablaba de la vida que tendrían juntos, que el aire en Rosario le curaría y que estaría a su lado para siempre y cada tanto agregaba algo entre dientes sobre “la putita esa”. Él la dejaba hablar, aunque por dentro estaba satisfecho, todo lo que sucedió estaba preparado. El policía era un amigo que le debía un favor, todo estaba preparado de ante mano, por más asesina que fuera, ella lo hacía por gusto, el se había entrenado durante décadas para ser lo que era. Nunca, dejaba nada al azar. Le había advertido al cana que en tal cuadra le esperara, le tendió una emboscada y ella cayó. Al amagar sacar el arma, el policía tenía que aparecer en escena.
¿La tos? una cápsula con un poco de vidrio molido, como para lastimar la garganta, pero no el estómago. La rompió con los dientes y la trago.
La desquiciada pensaba que estaba en sus redes, pero ese era un error, él estaba en donde quería estar, en sus manos.
Mientras pensaba todo esto entibiado por el agua. La mujer desarmaba su pistola.
—Ya no la necesitarás. Soy tu destino —dice riendo con una mueca y los ojos desorbitados por la locura.
—Si mi amor —responde él seriamente.