El calor
de Buenos Aires ya le estaba cansando, pero eso se terminaría pronto.
Cuando
la dejó a Carolina durmiendo supo que esa era la despedida, no la que él
hubiera querido, pero es lo que fue. En realidad ella entró en su mundo de
muerte y sangre, del cual no quería que salga manchada. Sabía que la maldita
perra la venía siguiendo a la chica también. La vio seguirla, pero no podía
hacer algo en medio de la calle con tanta gente, el deseo de sacar la pistola y
colocarle una buena bala en la nuca a la desquiciada era muy fuerte, pero no
así. Tenía todo preparado, solo faltaba que mordiera el anzuelo. Y sabía, lo
sentía en la carne, que el mejor asesino se iba a encontrar con su Némesis.
La
historia de su vida es larga y con muchos vacíos en medio, encontrar a Carolina
le había dado oxígeno a la crueldad en que vivía. Pero tenía los días contados,
era mejor que se fuera y se llevara consigo a la mujer que en su obsesión había
sido capaz de matar a su propio hermano.
Pero
tampoco podía ponerla en peligro, en el cementerio y en la calle le había
salvado quizá de una muerte segura, algo que ella lo presintió o ya se había
dado cuenta.
La cara
que iba cambiando de colores, mientras él le iba contando su vida, resumida
claro, más la situación que estaba viviendo siendo acosado por una mujer fría y
despiadada fue demasiado para la pobre chica. Que estaba esos días más
ensimismada sacando fotos que viendo la vida a su alrededor, en realidad vivía
a través de un lente.
No
estaba ml eso, pero él vivía de otra forma, pendiente de mirar sobre el hombro,
de esquivar las sombras que siempre querían descubrirlo, la competencia que
intentaba sacarlo del juego. Era mucho para los dos. Era mejor terminarlo de
una vez.
Ya hacía
varias cuadras que había dejado atrás el hotel y sabía muy bien que le seguían,
ya ni se molestaba en mirar el reflejo de las vidrieras, casi podía sentir su
perfume.
Se
detuvo en una esquina para prender un pucho mientras esperaba que cambie el
semáforo. Con una mano en el bastón y la otra con el paquete de cigarrillos y
el encendedor, siempre era una prueba de malabares encender un cigarrillo, sin
contar que la masa de gente apurada le empujaba para pasar. Una mano gentil le
ofrece fuego.
Acerca
el cigarrillo a la llama, aspira el humo mientras la mujer sopla el fósforo con
una sonrisa terriblemente sensual, con esos labios carnosos que invitan a
probarlos. Pero son labios que traen la muerte.
—¿Qué
pasa, ya no miras si te sigo? Le dice riendo sarcásticamente.
—Lo que
pasa es que a tres cuadras puedo sentir el olor a mierda. Responde mirándola a
los ojos.
—Uyyyy
¿estás enojado porque no me gusta tu putita? Jaja, ¿o será porque maté a tu
amiguito, no?
La mujer
tenía una mirada que nadie podría explicar, era una mezcla de Katherine Hepburn
y la mirada de Heidi Klun.
—A mi no
me importa que carajo te pasa en la cabeza, pero te lo digo así, estás muerta.
He matado mucho, tanto que perdí la cuenta, pero vos serás la perra que más
placer me dará sacarla de este mundo.
—Jajaja,
sos todo un poeta, podrías escribir un libro de poesías, ya veo el título con
letras grandes…”Rengo asesino a sueldo te hace rimas hasta morir” jaja, sos muy
cómico.
—Mirá
loca de mierda, no me importa la gente que hay acá, vos te vas al otro lado
ahora. —mientras dice esto mete la mano en la cintura para tomar la pistola.
Pero se ve interrumpido.
La mujer
le señala un policía que parado unos metros al costado de ellos los miraba
atentamente. No podía escuchar la conversación, pero era evidente que había una
tensión creciente en ellos. El policía se acerca.
—Buenos
tardes, ¿en qué puedo ayudarles? Dice cuadrándose y saludando con la venia.
El
asesino estaba estupefacto, sacó tranquilamente la mano de la cintura y trago
saliva, no quería matar un cana, solo liquidaba por encargo, gente que no merecía
vivir. Pero si tenía que hacerlo arruinaría su plan. Entonces, simplemente
esperó.
—Disculpe
agente —dice la mujer sonriendo como tonta. Es que hace dos horas que buscamos
el café El Tortoni y a mi marido ya le da vergüenza sacar el mapa gigante que
trajo jaja, somos del interior y venimos de luna de miel —dice abrazándolo y
dándole un sonoro beso en la boca. A lo que el hombre le responde con un abrazo
de oso que le hizo crujir las costillas.
—Faltaba
más señora, doblen en esta esquina y tienen que hacer unas ocho cuadras, ahí
verán el cartel del bar, felicitaciones y que la pasen lindo en Buenos Aires,
buenas tardes —les dice al mismo tiempo que les guiña un ojo en forma pícara.
Dicho
esto el hombre volvió a su recorrido. Lo vieron caminar unos metros y la mujer
siguió con la conversación.
—Este
pelotudo debe pensar que la pasamos cogiendo en el hotel jajaja —se ríe tanto
que se atraganta.
—Hija de
puta tendría que meterte un tiro en la cabeza y pisotear tus sesos, pero no
quiero manchar el empedrado con tu mugre.
—Mmm,
con lo puntilloso que sos no te atreverías, no dejas nada al azar. Y yo tampoco
salame. —le dice sonriendo sinceramente.
Está
mujer está más loca que yo piensa él. Pero tengo que seguir el plan, no tendré
tiempo si no.
Un
ataque de dolor y tos lo dobló en dos, parecía que el pecho le estallaba.
La loca
le da golpes en la espalda hasta que el tipo escupe una bola negra de sangre al
piso.
—Veni,
que yo te voy a remendar, esa putita no es capaz de cuidar un hombre como vos.
—le dice esto mientras lo levanta del suelo con una fuerza que el nunca hubiera
imaginado que tenía. Le pasa un brazo por la espalda y se van caminando por las
calles de Buenos Aires.
El taxi
los deja en un caserón por la zona de San Telmo, una casa vieja pero grande, con
puertas altas al estilo colonial. La mujer saca un manojo de llaves que parecía
se las había robado a San Pedro. Después de abrir la puerta lo mete casi a
empujones, apenas podía caminar, no dejaba de toser y cada dos o tres tosidas,
escupía sangre.
Lo deja
en un sillón y se va al baño, una bañera al estilo español, esas que tienen
patas de bronce adornaba el medio del cuarto. Abre las llaves y espera que se
llene de agua caliente. Vuelve en busca del moribundo.
El tipo
era una piltrafa, no paraba de toser. Casi arrastrándolo le mete al baño, le
saca la ropa, la pistola y el cuchillo que tenía escondido. El hombre la mira a
los ojos y ve en ella a una mujer sola, herida en el corazón y loca, muy loca.
Su plan
marcha perfecto, le deja hacer lo que ella quiera, lo metió en la bañera y
comenzó a lavarlo. Mientras le decía palabras dulces, cuanto lo amaba y que
ella era lo único que el necesitaba para estar bien. Por supuesto que ya sabría
que el cáncer lo estaba carcomiendo, ella tenía el poder de averiguar todo, era
como él.
Ella le
hablaba de la vida que tendrían juntos, que el aire en Rosario le curaría y que
estaría a su lado para siempre y cada tanto agregaba algo entre dientes sobre
“la putita esa”. Él la dejaba hablar, aunque por dentro estaba satisfecho, todo
lo que sucedió estaba preparado. El policía era un amigo que le debía un favor,
todo estaba preparado de ante mano, por más asesina que fuera, ella lo hacía
por gusto, el se había entrenado durante décadas para ser lo que era. Nunca,
dejaba nada al azar. Le había advertido al cana que en tal cuadra le esperara,
le tendió una emboscada y ella cayó. Al amagar sacar el arma, el policía tenía
que aparecer en escena.
¿La tos?
una cápsula con un poco de vidrio molido, como para lastimar la garganta, pero no
el estómago. La rompió con los dientes y la trago.
La
desquiciada pensaba que estaba en sus redes, pero ese era un error, él estaba
en donde quería estar, en sus manos.
Mientras
pensaba todo esto entibiado por el agua. La mujer desarmaba su pistola.
—Ya no
la necesitarás. Soy tu destino —dice riendo con una mueca y los ojos
desorbitados por la locura.
—Si mi
amor —responde él seriamente.