La mujer se dio vuelta sorprendida y un poco
asustada cuando alguien agarró su hombro desde atrás. La sorpresa momentánea se
transformó en un suspiro y en una
sonrisa radiante. Se tapa la boca para no reírse a carcajadas por la situación,
estuvo a punto de gritar por el miedo, pero solo era él.
El
asesino sonreía placidamente con el susto que le dio a esa niña mujer.
—Me
diste el susto de mi vida —le dice entrecortada por la risa y por la falta de
aliento.
—
¿Esperabas que fuera un muerto viviente? —replica serio.
—Es que
estaba tan abstraída por las estatuas que me olvidé del mundo.
—Si,
pero el mundo no se olvida de vos —dice mirando disimuladamente a los costados.
—Esta
bien, ¿me trajiste agua? No doy más de sed, hace horas estoy bajo el sol.
—Por
supuesto, siempre pienso en vos.
La
mujer no pudo ocultar el rubor, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero le dio
la espalda para no mostrar su debilidad.
Luego
de tomar el agua, se enjugó la transpiración y mirándolo fue acercandose hasta
que podía sentir su aliento en el rostro. Tomó su cabeza y le dio un beso
largo, tierno, eterno.
El
tiempo se detuvo, el sol ardía menos en sus cabezas, unas nubes pasaron
silenciosamente para ofrecerlas un beso fresco a su sombra. La gente pasaba y
los miraban un instante, como si fueran una escultura más del cementerio.
El beso
terminó y el hechizo se disipó. En sus mentes solo había un arcoiris y en sus
corazones solo regocijo.
Mientras
ella le miraba el solo pensaba en una cosa, lo que había encontrado y lo que
había perdido. Porque solo había una salida en esta historia y él ya la había
escrito antes que pasara. Era actor y director de la obra que se iba a
desarrollar más adelante.
La risa
le sacó del sopor de amor, ella reía de felicidad contenida.
Se
tomaron de la mano y se fueron caminando por los pasillos angostos e
interminables del cementerio de la Recoleta, él no reía, solo pensaba en la
sombra que se escondía en cada esquina de los monumentos y que les seguía de
cerca.
La
decisión estaba tomada, pero para eso, debía hacer algunas cosas antes.
Los
ojos de la mujer miraban atentamente a la pareja, la renguera del hombre se
veía de lejos y la felicidad de su compañera era más evidente aún. La furia que
salía por sus poros le hacían sudar más que el calor de Buenos Aires, pero
todavía no haría su movida, sospechaba que sus pasos eran conocidos, sabía que
estaba jugando con fuego al acercarse tanto y que él siempre estaría pendiente
de lo que pasara a su alrededor, nada se le escapaba.
Encendió
un cigarrillo, los miró una vez más y dio la vuelta para perderse entre la
gente.