viernes, 17 de agosto de 2012

6º CAPITULO

Leía en el diario el caso de un hombre que apareció descuartizado en su casa, en su rostro no se pintaba ninguna emoción, cualquiera podría decir por su cara que estaría leyendo sobre política o deportes, pero si pudieran ver su mente, verían la excitación que el artículo le producía.
Se levantó y empezó a revolver la mesa ratona hasta que encontró un diario viejo, en la pagina policial se hablaba de el asesinato de un hombre mayor al cual habían descuartizado.
Su mente comenzó a unir todos los trozos de las historias que había leído desde que llegó a Rosario, a veces sentado en la plaza se abstraía de todo leyendo los casos de crímenes de la ciudad. Por intermedio de un profesor del instituto, pudo conseguir los expedientes de varios casos interesantes, el hombre que se los dio era uno de los policías que investigaba en el grupo de homicidios y delitos complejos, este hombre accedió a esto porque sabía de su capacidad extraordinaria de deducción, el profesor era el hermano del detective.
Pudo leer y estudiar quince casos de homicidios sin resolver por un periodo de cinco años, no podían relacionar los homicidios entre sí porque no había ningún tipo de indicios entre ellos. Esto le daba la certeza de que todos los casos eran cometidos por la misma persona. Cada asesinato cometido era distinto, pero siempre eran hombres solos y los encontraban en su propia cama. Los últimos dos cometidos por el asesino si eran iguales y de ahí la perplejidad de la policía. Los asesinos seriales tenían algo en común siempre al cometer las atrocidades, siempre, por eso se podía hacer un perfil del mismo para poder investigar los hechos como uno solo y no por separado. Algunos se llevaban algo como trofeo, otros marcaban a sus víctimas y los más sanguinarios torturaban y los asesinaban siempre de la misma forma. Esto hacía al perfil del asesino. Pero en este caso no era así.
Salió a caminar para despejar su mente. Llegó hasta su plaza favorita en la cual multitud de personas disfrutaban de la sombra, los niños de los juegos y los vendedores en hacer algunas monedas para la familia. Esto le permitía conocer a las personas sin tener que interactuar con ellas. Veía sus actitudes, sus gestos, la forma de hablar y gesticular. Varias horas estuvo en esto hasta que su pierna no soportó más el dolor y decidió regresar, en el preciso momento que se levantaba con mucho esfuerzo la silueta perfecta de una mujer se acerca a él corriendo, la ropa que llevaba demostraba que estaba haciendo ejercicio en el parque, la musculosa mojada por la transpiración transparentaba y no dejaba nada a la imaginación, se tomó unos segundos para admirar esa belleza de pelo negro largo enrulado, cuando se dio cuenta quien era. Agitada y jadeando por el esfuerzo Carolina se le acerca con una sonrisa.
-Hola, no me imaginé encontrarle por aquí – le dice con mucho esfuerzo al hablar.
-Ya me estaba yendo –contesta duramente.
Ella decide no hacer caso al tono de la respuesta. Ya se había acostumbrado a esa extraña forma que tenía para alejarla.
-¿Por qué no me acompaña a caminar un poco mientras descanso?
La mirada de suplica le causó gracia, esta mujer le sacaba de quicio pero le inspiraba ternura al mismo tiempo. Parecía un gatito mojado por la lluvia que hasta la persona de corazón más duro se enternecería.
-Demos una vuelta por el parque –le dice sin mirarla. No quería demostrarle que en la lucha de fuerzas él había perdido esa batalla.
-Corro todos los días aquí luego del trabajo, pero hasta ahora no lo había visto.
-No vengo todos los días, solo cuando necesito pensar –le contesta amigablemente. Luego de decir esto se odió por darle pie a una charla que seguro daría pie a algún tipo de invitación.
-Me dijo el director que usted es el mejor alumno que ha tenido desde que abrió el instituto. Y eso que hace diez años ya que da clases.
El tono de su voz era de admiración. Algo que no pasó desapercibido en el hombre que estaba acostumbrado a leer a las personas.
-Hace muchos años que estudió criminología –dice ensimismado, como pensando sus palabras antes de decirlas. Pero este curso en particular es muy atrayente.
-Yo fui una de las primeras en recibirme aquí –le dice en tono triunfal.
-¿Es criminóloga? –pregunta casi atragantado.
La risa clara y transparente de ella lo deja aturdido. Pensó que solo era la secretaria del director del instituto, no se hubiera imaginado jamás que esa mujer que se la veía a veces tan frágil tuviera una mente entrenada para investigar un crimen, debería andar con mucho cuidado con ella.
-veo que quedó sorprendido –dice con una sonrisa. ¿Tan difícil es pensar que pueda ser algo más que una simple secretaria?
El hombre se sintió intimidado ante tal pregunta, de pronto se sintió desnudo y quiso escapar.
La mujer miraba atentamente su rostro y él podía intuir que lo estaba leyendo de la misma forma que lo hacía con ella. Desarmado sin saber que contestar siguió caminando en silencio. Casi podía leer lo próximo que le diría.
-¿Le gustaría venir a casa a tomar un té? Vivo a dos cuadras de aquí –le dice, sabiendo que esa sería la estocada final y que no podría negarse.
El silencio se interpuso entre los dos mientras caminaban, no era un silencio atroz de esos en los que la gente se siente desamparada. Era un silencio agradable, disfrutando el fresco de la tarde.
La casa era grande, muy grande. Al entrar desactivó la alarma y el pensaba que fácil sería desarmar una alarma como esa, era de las más fáciles, lo que lo dejó mudo fue el enorme Rotweiller que de la nada apareció ante ellos.
-No se preocupe, esta entrenado –le dice mientras le da una orden de tranquilidad al perro.
Se le acerca olfateándolo, se miran unos segundos y el perro decide que son iguales, cazadores. Termina lamiendo su mano en señal de amistad. Y le ofrece su cabeza gigante para unas caricias. Riéndose procede a los mimos solicitados por el can. Luego de esto se retira de la misma forma que apareció, como una sombra.
La mujer aparece en al puerta invitándolo a entrar.
-Si Sansón lo aprobó, para mi esta bien entonces, puede pasar.
El living al que entró era grande y agradable, una gran biblioteca adornaba la sala y un hogar le daba el toque necesario. Se imaginó descansando en uno de los amplios sillones mientras el fuego danzaba dando sombras en las paredes.
En las paredes se veían pinturas y dibujos en carbonilla, eran imágenes preciosas. Se quedó un rato admirándolas.
-Me doy una ducha mientras se calienta el agua para el té, siéntase a gusto en la casa –dice esto mientras desaparece por una puerta.
El hombre ahora podía pensar, se preguntó que estaba haciendo ahí. Quizá este era el momento de dar media vuelta e irse, pero se sentía cómodo y esa misma comodidad era lo que lo ponía incomodo. Pero también le intrigaba como terminaría la tarde y hacia mucho que no encontraba una mujer de la cual tendría intriga.
No se dio cuenta el tiempo que había pasado en sus pensamientos, la mujer había vuelto, un vestido de verano floreado que le quedaba pintado en el cuerpo, el pelo atado dejaba caer unos pocos rulos desde arriba, por dentro suspiró y por fuera tragó saliva. Esa mujer era un sueño. Pero seguía pensando que era una niña. Se obligaba a pensar eso.
-¿Quién es el artista de las pinturas y dibujos? –pregunta para salir de ese atoramiento mental, más que curiosidad por las pinturas de la pared.
Ella se rió y pareció que un arco iris se instalaba en la sala.
-Son mías –dice mientras se va a la cocina, dejándolo mas aturdido que antes.
Vuelve con una bandeja, en ella estaban las tazas, unas galletitas y un frasco de mermelada. Se sientan en el sillón grande y mientras ella servía el té se escucha el inconfundible ruido de una llave en la puerta. La mirada de él se transformó en incertidumbre, se sentía acorralado, mil sensaciones pasaron por su mente y por sus ojos también ya que ella lo tranquiliza con una mirada.
Una niña de unos diez años entra en la sala y abraza y besa a Carolina. Las dos se acercan al hombre.
-Ella es Camila, mi hija.
Jaque mate pensó el.

miércoles, 15 de agosto de 2012

5° CAPITULO

No le tenía confianza a la mujer que le alquilaba el departamento, había algo en ella que no le gustaba, aunque no sabía que era lo dejaba intranquilo. No podía negar su belleza ni que le gustaba, pero en su interior algo le decía que tenía que ir con mucho cuidado. Las clases en el instituto iban muy bien, sus compañeros no le molestaban y a veces hasta le pedían consejo. Algunos le miraban con tristeza al verlo con su bastón como si fuera un viejo, pero como él no se hacía problema por ello, nadie más se preocuparía por su condición.
Carolina, la secretaria del director, una chica joven de unos treinta y dos o treinta y tres años le seguía como sombra, se notaba de lejos el enamoramiento que tenía por ese hombre taciturno, encerrado en sí mismo. Al subir las escaleras ella siempre estaba cerca esperando ese momento para ofrecerle su brazo como apoyo, sus ojos empañados por el amor recibían toda la descarga de su furia encubierta con palabras de agradecimiento y miradas de fastidio pero le demostraba que podía subir solo. La joven se quedaba en los primeros escalones mirándolo ir a clases. Su pelo negro enrulado largo hasta la cintura era lo más hermoso que él había visto, pero no podía dejar ablandarse por unos ojos tiernos que parecían de un mapache herido en la trampa, ni por una cabellera perfecta, no le tenía confianza, solo le había demostrado que flirteaba con varios, esas niñerías le sacaban de quicio, no iba a gastar su tiempo en una niña con problemas de autoestima. Ella se la perdía por no ser transparente, en fin, nunca tenía suerte. No iba a malgastar el poco tiempo que le quedaba. Y este tiempo se iba agotando día a día, cada paso que daba con su bastón era un día gastado de salud. Por eso se apuraba, estudiaba todo lo que le daban una y diez veces, leía todos los casos y sacaba conclusiones, inventaba asesinatos solo para poder formular hipótesis con sus compañeros de estudio.
Pero había algo que nada podía remplazar y eso era un caso real, experiencia real, sangre de verdad.
Era hora de mostrarle a la ciudad, que un asesino había llegado.

martes, 7 de agosto de 2012

4° CAPITULO

La mujer le observaba atentamente subir la escalera, cada paso que daba era estudiado por ella, la forma de tomar el bastón, hasta los movimientos cuando se acomodaba el pelo era guardado en su memoria. Había algo que le llamaba la atención, ese hombre la atraía como ninguno jamás en la vida lo hizo. No podía dejar de mirarlo, sentía una atracción irresistible. Pero él no era hermoso o bello, era un tipo pintón para su edad, pero algo en él ejercía tal fuerza como si fuera un imán.
Su mirada, la mirada de sus ojos verdes la apabullaban, parecía mirarte y seducirte sin que te des cuenta, ojos compradores, ojos engañosos, ojos para enamorar. Quizá la soledad del hombre o su actitud casi taciturna le llamaban la atención, era como que te seducía con su mirada y luego te hacía a un lado con su forma de ser. Le amarías pero le odiarías al mismo tiempo. Era como si disfrutara alejándote, todo eso pensaba la mujer. Varias veces intentó hacer un acercamiento amistoso, aunque el la rechazaba “amablemente”, ella seguía insistiendo, la atracción era más fuerte que su voluntad. Le invitaba a tomar el té, a mirar televisión, a pasear por el parque o mirar los artesanos en el paseo, a cenar, etc., había agotado el repertorio de invitaciones para entablar una conversación, amistad….algo.
Lo veía pasar y suspiraba de placer visual, cada día que pasaba el metejón que tenía con su inquilino iba creciendo con la misma intensidad con la que el hombre esquivaba sus acercamientos. Trató de sacarse de encima su imagen y continuó maquillándose, se puso un vestido cortísimo, era tan escotado que se veía casi todo, unos tacos aguja altísimos terminaban de darle el toque fatal, pero todo esto fue tapado por un saco largo hasta los tobillos, mientras se ponía una peluca rubia en su cabeza se miraba en un espejo del pasillo de su casa sonriendo por el cambio en su persona. Apagó las luces de su casa, cerró todo con llave y subió al auto pensando que si se animaba una noche se le presentaría así a su inquilino ermitaño.
Estacionó lejos, muy lejos de la plaza, se miró en el espejo del auto y comprobó que nadie jamás la reconocería de esa forma por más que se la cruzara frente a frente, se pintó otra vez los labios de un rojo furioso y le dio un toque de brillante perlado, era una mujer hermosa. Acomodó su peluca y se bajó, caminó muchas cuadras hasta llegar a la obscuridad apacible y secreta de la plaza, observó unos minutos desde una esquina, para comprobar si había gente, se veía solo una sombra caminar despacio entre los árboles. Sonriendo se mira los pechos para comprobar que todo estuviera fuera de su lugar habitual, comenzó a caminar buscando la silueta en la penumbra y fue a su encuentro, al cruzarse los dos, el hombre casi babea al ver la mujer, ella disimuladamente caminó más despacio, sabiendo que la seguiría.
El hombre la llevó en auto a su casa, era soltero y vivía solo, no cruzaron palabras, él estaba enmudecido de excitación y no podía creer que semejante hembrón estuviera trabajando en la calle. Pensando en todo lo que quería hacer con ella, ni necesitó hablar, estaba disfrutando de antemano sus fantasías. Apenas entraron en la casa él comenzó a desnudarla, ella se reía y le pedía fuera más lento, más delicado. Le ayudó a sacarse la camisa, el pantalón, lo tomó de atrás y comenzó a acariciarle el cabello, el cuello. El hombre disfrutaba y gemía de aplacer anticipado, casi no se dio cuenta cuando la gasa con éter tapó su boca y nariz. Cuando se dio cuenta fue tarde.
Cayó pesadamente al suelo, lo arrastro hasta la habitación y lo subió con mucho esfuerzo a la cama, ató por las muñecas y los tobillos a las patas de la cama, parecía el hombre de Vitruvio del genial Leonardo da Vinci. De su cartera sacó una mordaza que se usa en los que practican bondage, que tenía una bola en el medio, era imposible gritar con eso puesto.
Al despertarse del éter, se encontró atado de pies y manos, un gemido de miedo quiso escapar de su boca, pero esto fue imposible. La mujer hermosa en cuclillas completamente desnuda delante de él se relamía los labios, literalmente. La excitación que tenía al ver al hombre atado y pensar en lo que le iba a hacer la llevaba casi al orgasmo. De su cartera saca un bisturí y con una risa orgásmica comienza a cortarlo profundamente, solo se oía los quejidos ahogados del pobre hombre. Con paciencia lo fue abriendo como hacen los médicos forenses, en Y. En shock por la herida y el miedo casi no sentía dolor, alcanzó a ver cuando ella metió las manos en su abdomen abierto y partido y comenzó a sacar sus intestinos poniéndolos a un costado de la cama, en el momento que ella le mira a los ojos para tomar su corazón y arrancarlo de su pecho, el hombre muere. El éxtasis que tuvo la inmovilizó unos minutos, luego de esto siguió cortándolo hasta descuartizarlo completamente, no le llevó más de diez minutos, dejó los restos prolijamente acomodados en la cama y se fue a duchar. Al terminar busco productos de limpieza y comenzó a limpiar toda la casa empezando por el baño, tirando lavandina pura y soda caustica, aspiró los pisos y limpió todo lo que pudo haber tocado, al resto de las cosas las roció con un spray mezcla de limón, lavandina y vinagre. No quedaba ningún rastro de adn. Comprobó una vez más el orden y se fue caminando muchas cuadras hasta que se sintió segura de llamar un taxi que la dejó luego a varias cuadras de su auto. Al llegar a su casa, suspiró de alivio, eran las tres de la madrugada.
Ella era una asesina.
Se acostó pensando en su inquilino.
Eran tal para cual.

jueves, 2 de agosto de 2012

3º CAPITULO

La ciudad no tenía ningún atractivo para él en realidad, lo que lo hacía interesante era la gente, la belleza y la calidez de la gente del lugar.
La noche no había sido buena, muchas pesadillas le recordaron las cicatrices de la vida. Pero al despertar sabía que era un buen camino el que había empezado. Solo restaba saber como terminaría la historia.
El primer día de clases fue aburrido, presentaciones, nombres nuevos y un aula desconocida, una secretaría joven lo seguía a todos lados, a veces sucedía eso cuando veían el bastón, creían que no podía caminar solo. Al principio de la semana se reía, luego se ofuscaba y al final del mes les ofrecía su mejor cara de hastío y recién ahí le dejaban tranquilo. Aunque la chica era bonita, le molestaba mucho que le prestara atención solo por lastima. Así que procedió a ignorarla.
Las materias eran pocas, pero buenas, por demás descriptivas. Estaba muy ansioso de las prácticas que harían sobre lo visto y estudiado. Aunque todos estudiaban como locos, el no lo hacía, no lo necesitaba, todo estaba en su cabeza. Las escenas de crimen giraban en su mente como fotografías en una mesa. Cuando les presentaban un caso hipotético nuevo como ejercicio, el se acomodaba mejor en la silla, se apoyaba en su bastón con las dos manos y pensaba en silencio. Todos comenzaban a escribir frenéticamente en sus cuadernos todas las teorías posibles e imposibles, porque luego se irían descartando una a una. Él solo miraba las fotos, la sangre, los números de prueba del piso en donde podían estar balas, armas, etc.
Como era un ermitaño en la clase y su forma de pensar, le decían Hércules Poirot, a escondidas claro, no se atreverían a decírselo en la cara. Algunos decían que parecía policía, otro estudiante con cara de suspenso decía en un susurro que parecía un asesino que estudiaba criminología para que nunca lo pudieran agarrar. Y todos reían por la ocurrencia.
Había acertado.