miércoles, 25 de julio de 2012

2° CAPITULO

Pudo disfrutar el calor al bajar del avión, acostumbrado al frío de la Patagonia era un cambio importante los quince grados sobre cero contra los bajo cero de donde vivía. La campera la llevó en la mano, el aire tenía un olor a humedad que no podía explicar, todo era nuevo. Esperó bastante que bajaran el equipaje de la bodega del avión. Luego de tomar su mochila solo tuvo que seguir a las personas y encontró la salida a la calle, varios taxis esperaban su turno de espera. Cuando subió a uno le sorprendió que una mujer joven y muy linda fuera quien manejara, con una sonrisa de sorpresa le dio la dirección y emprendieron la retirada del aeropuerto. El paisaje era muy distinto de lo que vio en fotos, le llamaba la atención los árboles de las veredas, estaba acostumbrado al verde azulado de los pinos y al verde del pasto de las chacras. Este era otro verde, como más cálido, más transparente.
La mujer comenzó con la consabida charla, tenían unos diez minutos de viaje y ella no quería desaprovecharlos sin hablar. Las preguntas habituales, de donde era, a que venía, familia etc. Saciando la avidez de datos personales, llegaron justo al hospedaje, quedaba cerca del instituto donde estudiaría, mejor imposible. Pagó treinta pesos por el viaje, se baja y poniéndose la mochila al hombro mira la casa en donde viviría los próximos cuatro meses. Una casona de barrio, con muchas plantas en la entrada, se veía un pequeño patio que dividía los cuartos. Pero el miraba la escalera que subía por un costado del patio, esa sería su escalera.
Una mujer de unos cincuenta años, muy linda aún, lo esperaba en la puerta, Claudia era su nombre. Con una sonrisa compradora lo recibe, lo besó dos veces en las mejillas, como no estaba acostumbrado le chocó un poco esta muestra de afecto que tenían aún con los extraños. Le invitó primero a su casa, en donde un jugo helado fue servido para refresco del nuevo inquilino.
Las miradas iban y venían, el silencio casi incómodo se rompió cuando la dueña de casa se levanta y exhibiendo otra sonrisa hermosa lo lleva hacia el patio, el aire fresco del atardecer lo despejó y maravillo, ahora podía definir ese aroma que sintió cuando se bajó del avión, era olor a vida, a risas y calidez humana. La mochila ya no pesaba en su hombro y su caminar fue casi perfecto. La dueña subió la escalera balanceando la cadera como nunca había visto, con un suspiro tuvo que seguirla, al abrir la puerta se sorprendió gratamente, el pequeño departamento era precioso. Un amplio living comedor cocina, un pequeño sillón decoraba el ambiente y una mesa ratona con un par de libros encima terminaban por entonar el ambiente, la cocina era nueva, parecía sin uso. Una mesa corta pero de piedra demostraba el buen gusto de quien eligió la mesada. La habitación era pequeña porque la gran cama de dos plazas ocupaba casi todo el cuarto, un ropero empotrado en la pared con algunas perchas era todo lo que había en muebles. El baño, cómodo y fresco parecía invitarlo a darse una ducha fría para sacarse el calor agobiante y pegajoso del atardecer en la piel.
La mujer esperaba en la puerta de entrada con cara de satisfecha, sabiendo de ante mano el placer pintado en la cara del hombre que mostraría al terminar el recorrido por el departamento. Le dio las gracias por darle el mejor lugar y la sonrisa de ella marcó la despedida. Se sentó en el sillón, dejó su bastón a un lado mientras pensaba que no sería difícil acostumbrarse a tantas sonrisas de cortesía en esa ciudad ajena y de costumbres tan distintas, las mujeres de su pueblo eran frías y apagadas.

martes, 24 de julio de 2012

1° CAPITULO

La escuela de criminología de la ciudad de Rosario lo aceptó como alumno, le interesaba un curso en especial por la particularidad de ser el primero dictado en la Argentina. No le quedaba mucho tiempo para una carrera, pero justo la temática del curso le apasionaba. Licenció su trabajo para tomarse los cuatro meses para viajar y estudiar. No le importaba si tenía que dormir en el parque, de alguna forma estaría allí para realizar su sueño.
Quizá hasta podría vender sus libros en la feria, lo que sea para poder mantenerse allí. También le dijeron que había un centro muy bueno para estudios de tumores y enfermedades terminales, quizá sería buena idea ir. Aunque su enfermedad lo mataba lentamente, nunca se sabía que podía encontrar por ahí. La esperanza es lo último que vende el mendigo.
Preparó su mochila, buscó el pasaje de avión y se subió al taxi que lo llevaría al aeropuerto, en unas horas pasaría de las montañas y los lagos cristalinos a la suciedad obscura de los ríos con playas barrosas, pero todo sacrificio lo vale en pos de un sueño. Solamente eran unos meses, podría soportarlo. O eso creía, pero el destino hace y deshace a su antojo y su viaje tomaría otro rumbo.
Pero él aún no lo sabía.